Héctor Azar
Del prólogo a Ignacio y los jesuitas.
Fondo de Cultura Económica, 1997.
Al cabo de transcurrir por la historia a sus anchas, Maruxa Vilalta descubre el verdadero rostro de su empresa dramatúrgica: el presente de indicativo de Ignacio de Loyola y del jesuitismo y a la vez la posición del clero en la guerra fratricida (¿cuál no lo es?) de España, 1936. Aquella contienda que dejara a la gran España -como después en Líbano- sumida en la desolación mayor de saberse muda y desgarrada, ante el mundo convulso de miseria y genocidio.
Es la hora del rendimiento de cuentas de ese pretérito imperfecto que es un baldón más de los tantos que han hecho reventar el siglo XX y su concepto del mundo epiléptico y total. Maruxa Vilalta acude al teatro, que es su trabajo personalísimo, para poner su pica en Flandes y salir de la batalla victoriosa. Los planos que maneja de la didáctica al planteamiento ideológico la presentan diestra en el manejo de los diálogos de la cosa pública. Su trabajo teatral va de la mística a la ética por el camino firme que sólo el teatro ofrece para ventilar los asuntos de vida y muerte. Un golpe más, afortunado y maestro, en la línea abierta y clara de Maruxa como estupenda dramaturga.