Me preguntan con frecuencia cuáles han sido, desde la adolescencia, mis lecturas. Cómo aprendí el placer de la lectura.
¿Pero acaso el placer se aprende?
No empecé leyendo a autores mexicanos. Ni tampoco a españoles. Ni siquiera a autores de lengua castellana.
Entre los autores que leí como estudiante, apenas adolescente, cuando cursé aquí en México el bachillerato francés, mencionaré a Virgilio, Horacio, Cicerón, Tito Livio. . . Los leíamos en latín y teníamos que traducirlos al francés. Pero había algo peor todavía: cuando nos ponían a traducir del francés al latín. . . En fin, polvos son éstos de pasadas glorias. Con gran desencanto descubrí, en la edad adulta, que de los clásicos latinos que tanto nos habíamos esmerado en traducir podían comprarse en las librerías traducciones a prácticamente todas las lenguas.
Tenía yo 11 años cuando mi madre me ayudaba a traducir del latín. Mi madre, María Soteras Maurí, era doctora en leyes. A mis 11 años me ayudaba a traducir del latín al francés El Rapto de las Sabinas.
También por aquellos días me regaló un libro de Selma Lagerlöf: Viaje maravilloso de Nils Holgersson , y pasé muy buenos ratos con él, con Nils y con el libro, a través de Suecia.
A la edad de 6 años había yo estado en Suecia, en Estocolmo. Con mi familia cruzamos el Canal de la Mancha, que estaba sembrado de minas. Cruzamos el Canal de Bruselas a Estocolmo, en un barco pequeño que se movía mucho y yo me mareaba. Íbamos a Estocolmo porque la Línea Maginot, en la que los belgas tanto creían, no era segura para detener la entrada de los alemanes a Bruselas, y los alemanes iban probablemente a lanzar sobre la población gases asfixiantes.
De manera que fuimos a Suecia y después pudimos regresar a Bruselas y finalmente a México, donde llegué acabando de cumplir los siete años, y aquí cursé toda mi enseñanza primaria, y aquí me quedé. . .
Pero íbamos en los cursos de bachillerato. Y en las lecturas.
Surgieron las Cartas de Madame de Sévigné. Y vino la etapa de los clásicos: Racine, Corneille Molière.
Fue hasta la época postescolar cuando acudí a Sartre y empecé con el teatro de Brecht. Siguieron Mallarmé, Roger Vitrac, el polaco Gombrowickz. . . De España, los clásicos todos del Siglo de Oro . Obviamente, la Generación del 98, y su precursor Ángel Ganivet, autor del libro autobiográfico y crítico Los trabajos del infatigable creador Pío Cid.
De Valle Inclán me siguen fascinando sus esperpentos.
De los escritores mexicanos, llegué tarde a Octavio Paz. Pero una vez que comencé con él me quedé con él, no lo volví a soltar. (Es que lo había soltado en alguna ocasión: comencé y lo solté, qué me pasa).
Hoy tengo también preferencia por José Luis Martínez y su magistral vida de Hernán Cortés, Gabriel Zaíd, Fernando del Passo. No porque sean mis amigos. Los leo porque me hacen falta.
A Borges le tengo una admiración muy especial, profunda. Durante algún tiempo fue mi autor de cabecera, junto con Erasmo.

 

Como es obligatorio, leí a Faulkner y a Malcolm Lowry, a Elliot, a Yeats. Leí y releí a Virginia Woolf. George Sand me interesó menos. Katherine Mansfield, mucho. A Emily Bronté hace poco, en el cine, la volví a encontrar, como actriz de su propia obra, modelo de la novela posvictoriana.
Pero volvamos al teatro. El irlandés Beckett y su obra revolucionaria, que siempre he leído en francés y no en inglés. Junto a Beckett, Ionesco, Adamov. Aquel teatro llamado del absurdo. Y también André Breton. Nadja. El surrealismo. Algo en qué soñar.
Estuve alguna vez a punto de dirigir El chango velludo, The Hairy Ape, de O’Neill. Incluso Julio Prieto llegó a hacerme algunos bocetos escenográficos.
Finalmente la pieza no se puso, pero en su lectura me impresionó mucho aquello de “pertenecer” o no a un ambiente: “To belong”. El protagonista de The Hairy Ape no encontraba en el mundo lugar al cual “pertenecer”; murió por no haberlo encontrado.
Pero del teatro en inglés una de las obras que más me impactó fue Él, del estadunidense Edward E. Cummings, “I.I” Cummings, como es más conocido. Drama simbólico que data de 1928. Él es de lo mejor que he leído y visto en teatro expresionista. Cada personaje está dividido en fragmentos de su propia personalidad, que existen en escena independientemente los unos de los otros.
¡Y yo que creía estar de vuelta del expresionismo! Al parecer sigo fascinada por Cummings.
En estos días estoy inmersa en investigaciones históricas para una nueva obra que quiero escribir. Suelo quejarme de llevar demasiado tiempo dedicada no a la creación, sino a la investigación. Pero he leído a Frederich Katz, Hans Werner Tobler, John Womack, François Chevalier, François Xavier Guerra, Javier Pérez Siller, Fernand Braudel, Raymond Aron, entre otros, y veo que en investigación histórica los años pasan como si nada. Tobler, suizo de lengua alemana, tiene un libro, La Revolución mexicana, obra maestra, como la de Katz: La guerra secreta en México, y Tobler tardó en escribir su ensayo más de veinte años. . .
Se nos va la vida en escribir, generalmente sin hacernos siquiera ricos, sin ganar siquiera un doctorado honoris causa.
Prosigo con mis lecturas de hace tiempo. Lord Byron, sí, y también Andreïev: El que recibe las bofetadas. Oscar Wilde. Jean Genet y su submundo. Shakespeare, siempre. Ibsen, que en algún tiempo me llamaba mucho la atención.
Cuando empecé a escribir tetro resultaron obligatorios Artaud y Alfred Jarry.
Vinieron después Bernanos y Max Frisch. Para distraerme un poco del teatro, leí a Lovecraft y a Edgar Alan Poe, con lo cual, desde luego, en el teatro volví a caer. Me dí entonces a la poesía, que fue prácticamente el género con el que empecé a leer y del que no me aparto: Rafael Alberti, Aleixandre, César
Vallejo, Neruda, los de siempre. . .Hasta que un día llegué a Emily Dickinson. Fernando Pessoa. Y Auzias March en catalán: “Ajudem, Deu, que sens tú no’m puc moure”, “Ayúdame, Dios mío, que sin ti no me puedo mover”. Creo que a March lo seguiré leyendo hata el fin de mis días.
Cuando me inicié en el teatro fueron indispensables Chejov, Gogol, Strindberg.Y por aquellos días también leí a José Revueltas, porque él había pedido que le hicieran llegar una novela mía: Los desorientados.
Imperdonablemente, pecado de juventud, yo no sabía por aquel entonces quién era Revueltas, pero me fascinó que quisiera conseguir mi libro y me apresuré a leer a José Revueltas.

 

También entonces leí a Juan Rulfo, sólo porque una tarde lo conocí en casa del dramaturgo Carlos Solórzano y de su mujer, la escultora Beatriz Caso; conocí a Rulfo y corrí a leerlo y desde entonces me volví adicta: lo releo con frecuencia.
Lo mismo que las Memorias de Garibaldi, y los muchos libros que mis padres, abogados, republicanos catalanes exiliados en México, tenían en casa y he conservado.
Referentes a la guerra civil de España y a los crímenes del franquismo: Misión en España, de Claude G. Bowers, La guerra civil española, de Hugh Thomas, Antifalange, de Herberth S.Southworth; El proceso de Burgos, de Gisèle Halimi, con prólogo de Jean Paul Sartre; Vida y sacrifico de Companys, de Ángel Osorio, y La guerra de España, de Pietro Nenni . Libros todos que cité en mis notas para la publicación, a cargo del Fondo de Cultura Económica, de mi obra de teatro: En blanco y negro. Ignacio y los jesuitas.
Termino este apartado de las lecturas con otro recuerdo de escuela. Tenía yo 13 años y me ordenó uno de mis maestros -no era Ramón Xirau, mi querido, amado, respetado Ramón Xirau, que en el Liceo Franco Mexicano fue mi maestro de literatura y al que ahora como filósofo y como poeta sigo leyendo-; tenía yo 13 años y me ordenó uno de mis maestros que para el día siguiente diera yo una plática sobre Rabelais, sobre Gargantua et Pantagruel. Sufrí bastante, pero escribí un texto y me lo aprendí de memoria y lo dije, y hasta me felicitaron. Pero ahora no podría repetir el numerito, no sabría decirles a ustedes algo nuevo acerca de Gargantua y Pantagruel.
En cambio sí quisiera decirles algo acerca de Góngora, don Luis de Góngora y Argote. Y es que en este momento me vienen en mente unas líneas de él:
“. . . Peinar el viento, fatigar la selva. . .” Eso me gustaria hacer esta tarde, o mañana mismo, pero pronto, y es lo que a cada uno de ustedes con amistad y con buena voluntad les deseo: dejemos todas las obligaciones engorrosas y vámonos a “peinar el viento, fatigar la selva. . .”