A veces no me pregunto por qué me dediqué a escribir teatro, sino por qué estoy tan inmersa en este arte.
Empecé por una especie de impulso, o pasión. Desde un principio supe que no iba a poder desviarme de ese camino, aunque quisiera. En realidad, no quise. Elegí seguir adelante. Escribir fue mi vocación desde niña, y lo sigue siendo.
Al escribir siento que realizo un acto de libertad. Creo que todo acto de creación lo es.
Pero además, escribir porque se tiene algo qué decir y hay que decirlo. Escribir para comunicarse con otros. Escribir a veces para huir de la realidad y otras veces para afianzarse más en ella. Resulta aparentemente paradójico, pero así es esto.
En cuanto al teatro, el atractivo que en mí provoca es irreversible e irresistible. Me enamora y me cautiva.
Podía haber sido la novela o la poesía, pero fue el teatro y ello mucho me agrada. Me gusta la compañía del público, no solamente el que asiste a la representación de una obra mía sino la compañía del público mientras escribo. A ese público lo conozco; está presente en el momento de la creación y lo amo. No escribo para el público pero sí con el público, cuyas reacciones siento.