Lo primero que imaginé fue una pelota de colores brillantes. Y dos niños que jugaban con ella. Aunque más tarde tendrían que pelear por ella.

Se dibujó después el pueblo. Un banco y sus empleados.
Surgieron personajes como “la mujer de cera”, que dedica su tiempo a untarse cremas para embellecerse y se encierra en una urna para que no le dé el polvo. Las criadas, que sirven la mesa con patines de ruedas.
La pareja de enamorados, a lo Romeo y Julieta, cuyas familias pertenecen a bandos enemigos.

Desarrollé la pieza en tres planos paralelos de acción, que para mí misma llamé niños-pueblo-mundo, y traté de equiparar lo infantil y gratuito de las peleas de la gente del pueblo, por motivos baladíes, con la sinrazón de las guerras que el mundo padece.
Lamentablemente la obra sigue teniendo actualidad.
En una calle de San Francisco vi una vez a un vagabundo que hablaba por señas y me produjo temor. Me equivocaba, porque había bondad en sus ojos.

Al personaje principal de la pieza, Ulises, el mudo, quise darle capacidad de amar, en contrapunto con la de odiar que tienen los que pelean -como comentó Marcela del Río- por cuestiones de narices, estaturas, plumajes, jugosos huesos, léase en ellos mercados, religión, supremacía política.

La obra se tradujo al francés, inglès y catalán. Tengo especial agradecimiento a Josep María Poblet, por el libro con su traducción publicado en Barcelona ,y al director de escena Ramón Dagés, ya fallecido, quien con Cuestión de narices obtuvo el premio al mejor director y al mejor grupo en el Festival de Manresa.