San Jerónimo, encerrado durante 34 años en una gruta, en Belén, traduciendo las Escrituras al latín, a partir del hebreo y el arameo, y comentando los textos.
La obra se estrenó en el Foro Sor Juana Inés de la Cruz, de la Universidad Nacional Autónoma de México, un espacio teatral muy atractivo porque se puede transformar como uno quiere. Puede ser un escenario convencional, a la italiana, o un teatro isabelino, o un espacio lleno de trastos. El escenógrafo José de Santiago y yo incorporamos también espacios en áreas elevadas. Pusimos bastantes escaleras, lo que siempre es lucidor en un escenario. De Santiago, con talento, inventó una estructura en forma de pirámide, con la gruta de Jerónimo en el nivel más bajo. Y cuando venía el humo del incendio -porque hay un incendio en la obra- algunos espectadores llegaron a alarmarse. Los pelagianos incendiaban los conventos de Jerónimo en el siglo IV después de Jesucristo. Pero la quemazón la vivía el público como si sucediera hoy, en pleno Centro Cultural Universitario.
No por tratarse de la vida de un santo los actores se pasan el tiempo rezando. Por lo contrario, la pieza resulta agresiva. Un decapitado en escena. Al actor cada noche le costaba trabajo reponerse del susto cuando veía a todos espada en mano abalanzarse sobre él y al más próximo dispuesto a cortarle la cabeza de un tajo. Y el tajo se descargaba, desde luego con truco para no cortarle la cabeza de verdad, pero el actor no acababa de acostumbrarse y lo pasaba un poco mal, dudando que se equivocaran por algunos centímetros y. . .¡zas! Aunque la espada era de utilería.
Al final de la temporada, con permiso de la Universidad, le regalé al actor su cabeza, bueno, la copia de la suya verdadera, copia impresionantemente idéntica, cabeza que cada noche paseaba entre el público clavada en el extremo de una lanza. . .
En Una voz en el desierto planteé también un anacronismo con el que mucho me divertí y que el público disfrutaba: al final del primer acto, el intrigante Eutropio, eunuco armenio de la corte del emperador Arcadio, se convertía en cantante de nuestra época y acompañándose con guitarra moderna interpretaba un corrido mexicano que escribí para el decapitado Rufino; un corrido con música de “Rosita Alvírez”.
Desmembramiento del imperio romano. Los hunos comiendo y durmiendo a lomo de sus caballos, confundidos en uno solo, hombre y bestia.
¿Cómo surgió la obra?. . . La respuesta podría ser: el sol del mar Adriático.
Una voz en el desierto empezó a surgir desde la bruma y medialuz de Jerónimo en su gruta, doblado sobre su escritorio, apuntalado con los codos, porque la columna vertebral apenas lo sostiene. Jerónimo incrustado en su mesa de trabajo, como un molusco en su roca. Jerónimo entre los rollos de sus papiros, casi ciego y con la única luz de su lámpara de aceite. En contraste, como el propio personaje recuerda, “en Estridón la luz caía vertical”. . .
Para escribir la pieza pensé en aquella luz sobre el mar Adriático.
Cuando estuve alguna vez frente a él , en las cercanías de las islas griegas, comprendí el porqué del color llamado azul marino. Nunca había yo visto un mar verdaderamente tan azul marino como ése de las islas griegas. . Color diferente, pero no menos bello, que el del inefable Mediterráneo. . .