Todo empezó con una novela: Los desorientados. Tuvo éxito, varias ediciones en pocos meses, y se me ocurrió adaptarla al teatro. A partir de ese momento
-aunque he escrito tres novelas y un libro de relatos, todos bien recibidos, los relatos publicados por Joaquín Mortiz-, a partir de la adaptación de Los desorientados, el teatro me conquistó. Es amante celoso que no deja tiempo para otro tipo de creación artística, de manera que con el teatro he seguido.

Así pues, Los desorientados:

“De la mano, qué paz tan absoluta, caminábamos (. . .) La vieja noche, inquieta de ruidos y de sombras, llegaba tarde a casa (. . .) Diego no es mi hermano. Ni mi amante. Creo que tampoco es mi amigo. Hubiera podido ser mi novio, pero el día en que se lo propuse se echó a reir. Nunca hemos vuelto a hablar de eso, desde entonces”.

Este tipo de escritura la encasillaron los “sabios” como “realismo mágico”.
La novela resultó mejor que la obra de teatro, con la que no quedé muy conforme y la reestructuré posteriormente para una segunda temporada. Las adaptaciones de novelas al teatro son siempre peligrosas. Pero en las dos temporadas teatrales tuvimos bastante público, más del que yo esperaba, dado que todos me dijeron que aquello no era teatro “comercial”.