Obreros en una fábrica. El engranaje que cosifica al hombre y lo convierte en un número.

La idea no surgió en una fábrica, aunque después estuve en varias y vi oficinas ubicadas en altos miradores, como torres de control, desde donde los trabajadores eran vigilados.
Pero no vino la idea de ahí, sino que vi un día en la calle a unos trabajadores golpeando el pavimento con un pico, abriendo brechas en el asfalto. Cuando quise ponerlos sobre el papel, escribir acerca de eso, empezaron a decir que llevaban toda su vida haciendo lo mismo. Y al rato se convirtieron en los obreros de la fábrica donde transcurre la acción de El 9.

Obreros atrapados en la tela de araña de las máquinas que los devoran.
Cuando conoció esta pieza el escritor e investigador teatral Stanley Richards quiso que inmediatamente firmáramos contrato para la publicación en inglés. Yo estaba en Nueva York entonces y nos vimos en casa de Stan, como lo llamaban sus amigos, y firmé el contrato en presencia del escenógrafo Paul Slocombe y de un gato blanco, un minino que al parecer era el personaje principal del departamento.
Firmé el contrato para que Stanley Richards incluyera El 9 en su antología de “las mejores obras en un acto”, con piezas de escritores estadunienses, británicos, irlandeses, y yo la única mexicana, y ese año para el que se elegían las mejores obras era el de 1973.

Después de firmado el contrato cruzamos la calle para visitar a una actriz amiga de Stan, Blanche Yurka. Era vieja y estaba enferma, pero no triste, y hablaba de pasadas glorias. Había sido hermosa, pero ya de eso nada quedaba. Me dedicó su libro Dear audience, Querido Público, con recuerdos de su mundo de la actuación.
Publicó la antología de las mejores obras Chilton Book Company, en Pennsylvania, y se vendieron muchos ejemplares, “como sucede con todos mis libros”, decía Stanley Richards. Tiempo después recibí una carta de Slocombe anunciándome la muerte de Stan.

El 9 fue pieza bien recibida en Estados Unidos, en Venezuela, en Madrid, en Canadá , en Roma y en italiano, en México, desde luego, y en no sé dónde más. En la televisión mexicana dirigió la obra Julio Castillo. En París se publicó en L’Avant-Scène, en una excelente traducción de André Camp, hijo de Jean Camp, con el título de Le neuf. En Francia, en Suiza y en Marruecos se difundió por radio.