Leí en algún periódico un artículo que hablaba de gente de España, de los habitantes de la costa que durante el franquismo, para poder sostenerse, recibían en sus casas a turistas norteamericanos. Mientras las cárceles estaban llenas de presos políticos, diariamente asesinados.

El drama de la población española lo hice extensivo a otros países de América Latina. Pedí que las grandes potencias dejaran de apoyar a los dictadores en España y en Latinoamérica.
Una de las escenas de la obra, la mejor, la escribió mi padre, Antonio Vilalta y Vidal , que entre otros muchos cargos políticos desempeñó el de Primer Teniente de Alcalde de Barcelona durante el gobierno republicano, antes de la guerra civil. Mi padre, jurista de prestigio, se divirtió escribiendo esa escena y el público también se divertía y aplaudía. El personaje principal es un cartero que ha bebido algunas copas. La crítica política expresada a través de este hombre del pueblo resultó durante las representaciones más efectiva que cualquier discurso.

En Un país feliz el dictador Francisco Franco y sus actos criminales quedaron claramente retratados. En los casi 40 años de dictadura franquista, la censura española impidió que la pieza, publicada en una colección de mis obras de teatro por el Fondo de Cultura Económica, entrara a territorio ibero.
Gracias a Un país feliz hice amistad con el profesor Edward Huberman, entonces chairman, si mal no recuerdo, en la sección de Romance Languages de la Universidad de Rutgers, en New Jersey. Huberman tradujo la pieza, así como después varias otras obras mías, a un inglés perfecto e hizo varios viajes a México para verme.

Mucho más importante que las traducciones y representaciones: a cada una de mis obras le debo el haber ganado amigos.