Dos obreros, Siete y Nueve, perdida toda identidad como personas, reducidos  cada uno a un número, dialogan en el patio de una fábrica. Nueve vive en la soledad e incomunicación; ironía y escepticismo son lo único que le queda. Siete, más joven, cree en la vida, en esos “instantes” de  felicidad que a veces el cotidiano vivir puede aportar. El tercer personaje es un niño, hijo de otro obrero, que quiere ser trabajador de la fábrica, como su padre.

La fábrica es muy limpia y moderna. Por un megáfono una voz estereotipada se dirige constantemente a los trabajadores, tratando de crear un falso ambiente de felicidad y optimismo.
Escena de pantomima con los obreros atrapados en la fábrica, dentro de una tela de araña, trabajando en sus máquinas. Nueve no quiere que el niño sea obrero, pero éste admira los overoles  y la fábrica.

Nueve muere: deja que una máquina lo atrape. El megáfono hace votos porque el día que termina haya sido “una jornada bien aprovechada”.

Siete no quiere seguir los pasos de Nueve: la muerte no, la vida. Por unos momentos piensa en rebelarse y dejar su empleo, pero la fábrica, el sistema, la necesidad económica lo tienen atrapado.
El final de la obra no es sino el principio: la vida de Siete tendrá una aterradora similitud con la de Nueve. También el niño seguirá el mismo camino y con los años alguna máquina, física o mentalmente, también lo destruirá.