¿Por qué el teatro?

A veces no me pregunto por qué me dediqué a escribir teatro, sino por qué estoy tan  inmersa en este arte.

Empecé por una especie de impulso, o pasión. Desde un principio supe que no iba a poder desviarme de ese camino, aunque quisiera. En realidad, no quise. Elegí seguir adelante. Escribir fue mi vocación desde niña,  y lo sigue siendo.
Al escribir siento que realizo un acto de libertad. Creo que todo acto de creación lo es.

Pero además, escribir porque se tiene algo qué decir y hay que decirlo. Escribir para comunicarse con otros. Escribir a veces para huir de la realidad y otras veces para afianzarse más en ella. Resulta aparentemente paradójico, pero así es esto.

En cuanto al teatro, el atractivo que en mí provoca es irreversible e irresistible. Me enamora y me cautiva.
Podía haber sido la novela o la poesía, pero fue el teatro y ello mucho me  agrada. Me gusta la compañía del público, no solamente  el que asiste a la representación  de una obra mía sino la compañía del público mientras escribo.  A ese público lo conozco; está presente en el momento de la creación y lo amo. No escribo para el público pero sí con el público, cuyas reacciones siento.

Lecturas

Me preguntan con frecuencia cuáles han sido, desde la adolescencia, mis lecturas. Cómo aprendí el placer de la lectura.
¿Pero acaso el placer se aprende?
No empecé leyendo a autores mexicanos. Ni tampoco a españoles. Ni siquiera a autores de lengua castellana.
Entre los autores que leí como estudiante, apenas adolescente, cuando cursé aquí en México el bachillerato francés, mencionaré a Virgilio, Horacio, Cicerón, Tito Livio. . . Los leíamos en latín y teníamos que traducirlos al francés. Pero había algo peor todavía: cuando nos ponían a traducir del francés al latín. . . En fin, polvos son éstos de pasadas glorias. Con gran desencanto descubrí, en la edad adulta, que de los clásicos latinos que tanto nos habíamos esmerado en traducir podían comprarse en las librerías traducciones a prácticamente todas las lenguas.
Tenía yo 11 años cuando mi madre me ayudaba a traducir del latín. Mi madre, María Soteras Maurí, era doctora en leyes. A mis 11 años me ayudaba a traducir del latín al francés El Rapto de las Sabinas.
También por aquellos días me regaló un libro de Selma Lagerlöf: Viaje maravilloso de Nils Holgersson , y pasé muy buenos ratos con él, con Nils y con el libro, a través de Suecia.
A la edad de 6 años había yo estado en Suecia, en Estocolmo. Con mi familia cruzamos el Canal de la Mancha, que estaba sembrado de minas. Cruzamos el Canal de Bruselas a Estocolmo, en un barco pequeño que se movía mucho y yo me mareaba. Íbamos a Estocolmo porque la Línea Maginot, en la que los belgas tanto creían, no era segura para detener la entrada de los alemanes a Bruselas, y los alemanes iban probablemente a lanzar sobre la población gases asfixiantes.
De manera que fuimos a Suecia y después pudimos regresar a Bruselas y finalmente a México, donde llegué acabando de cumplir los siete años, y aquí cursé toda mi enseñanza primaria, y aquí me quedé. . .
Pero íbamos en los cursos de bachillerato. Y en las lecturas.
Surgieron las Cartas de Madame de Sévigné. Y vino la etapa de los clásicos: Racine, Corneille Molière.
Fue hasta la época postescolar cuando acudí a Sartre y empecé con el teatro de Brecht. Siguieron Mallarmé, Roger Vitrac, el polaco Gombrowickz. . . De España, los clásicos todos del Siglo de Oro . Obviamente, la Generación del 98, y su precursor Ángel Ganivet, autor del libro autobiográfico y crítico Los trabajos del infatigable creador Pío Cid.
De Valle Inclán me siguen fascinando sus esperpentos.
De los escritores mexicanos, llegué tarde a Octavio Paz. Pero una vez que comencé con él me quedé con él, no lo volví a soltar. (Es que lo había soltado en alguna ocasión: comencé y lo solté, qué me pasa).
Hoy tengo también preferencia por José Luis Martínez y su magistral vida de Hernán Cortés, Gabriel Zaíd, Fernando del Passo. No porque sean mis amigos. Los leo porque me hacen falta.
A Borges le tengo una admiración muy especial, profunda. Durante algún tiempo fue mi autor de cabecera, junto con Erasmo.

 

Como es obligatorio, leí a Faulkner y a Malcolm Lowry, a Elliot, a Yeats. Leí y releí a Virginia Woolf. George Sand me interesó menos. Katherine Mansfield, mucho. A Emily Bronté hace poco, en el cine, la volví a encontrar, como actriz de su propia obra, modelo de la novela posvictoriana.
Pero volvamos al teatro. El irlandés Beckett y su obra revolucionaria, que siempre he leído en francés y no en inglés. Junto a Beckett, Ionesco, Adamov. Aquel teatro llamado del absurdo. Y también André Breton. Nadja. El surrealismo. Algo en qué soñar.
Estuve alguna vez a punto de dirigir El chango velludo, The Hairy Ape, de O’Neill. Incluso Julio Prieto llegó a hacerme algunos bocetos escenográficos.
Finalmente la pieza no se puso, pero en su lectura me impresionó mucho aquello de “pertenecer” o no a un ambiente: “To belong”. El protagonista de The Hairy Ape no encontraba en el mundo lugar al cual “pertenecer”; murió por no haberlo encontrado.
Pero del teatro en inglés una de las obras que más me impactó fue Él, del estadunidense Edward E. Cummings, “I.I” Cummings, como es más conocido. Drama simbólico que data de 1928. Él es de lo mejor que he leído y visto en teatro expresionista. Cada personaje está dividido en fragmentos de su propia personalidad, que existen en escena independientemente los unos de los otros.
¡Y yo que creía estar de vuelta del expresionismo! Al parecer sigo fascinada por Cummings.
En estos días estoy inmersa en investigaciones históricas para una nueva obra que quiero escribir. Suelo quejarme de llevar demasiado tiempo dedicada no a la creación, sino a la investigación. Pero he leído a Frederich Katz, Hans Werner Tobler, John Womack, François Chevalier, François Xavier Guerra, Javier Pérez Siller, Fernand Braudel, Raymond Aron, entre otros, y veo que en investigación histórica los años pasan como si nada. Tobler, suizo de lengua alemana, tiene un libro, La Revolución mexicana, obra maestra, como la de Katz: La guerra secreta en México, y Tobler tardó en escribir su ensayo más de veinte años. . .
Se nos va la vida en escribir, generalmente sin hacernos siquiera ricos, sin ganar siquiera un doctorado honoris causa.
Prosigo con mis lecturas de hace tiempo. Lord Byron, sí, y también Andreïev: El que recibe las bofetadas. Oscar Wilde. Jean Genet y su submundo. Shakespeare, siempre. Ibsen, que en algún tiempo me llamaba mucho la atención.
Cuando empecé a escribir tetro resultaron obligatorios Artaud y Alfred Jarry.
Vinieron después Bernanos y Max Frisch. Para distraerme un poco del teatro, leí a Lovecraft y a Edgar Alan Poe, con lo cual, desde luego, en el teatro volví a caer. Me dí entonces a la poesía, que fue prácticamente el género con el que empecé a leer y del que no me aparto: Rafael Alberti, Aleixandre, César
Vallejo, Neruda, los de siempre. . .Hasta que un día llegué a Emily Dickinson. Fernando Pessoa. Y Auzias March en catalán: “Ajudem, Deu, que sens tú no’m puc moure”, “Ayúdame, Dios mío, que sin ti no me puedo mover”. Creo que a March lo seguiré leyendo hata el fin de mis días.
Cuando me inicié en el teatro fueron indispensables Chejov, Gogol, Strindberg.Y por aquellos días también leí a José Revueltas, porque él había pedido que le hicieran llegar una novela mía: Los desorientados.
Imperdonablemente, pecado de juventud, yo no sabía por aquel entonces quién era Revueltas, pero me fascinó que quisiera conseguir mi libro y me apresuré a leer a José Revueltas.

 

También entonces leí a Juan Rulfo, sólo porque una tarde lo conocí en casa del dramaturgo Carlos Solórzano y de su mujer, la escultora Beatriz Caso; conocí a Rulfo y corrí a leerlo y desde entonces me volví adicta: lo releo con frecuencia.
Lo mismo que las Memorias de Garibaldi, y los muchos libros que mis padres, abogados, republicanos catalanes exiliados en México, tenían en casa y he conservado.
Referentes a la guerra civil de España y a los crímenes del franquismo: Misión en España, de Claude G. Bowers, La guerra civil española, de Hugh Thomas, Antifalange, de Herberth S.Southworth; El proceso de Burgos, de Gisèle Halimi, con prólogo de Jean Paul Sartre; Vida y sacrifico de Companys, de Ángel Osorio, y La guerra de España, de Pietro Nenni . Libros todos que cité en mis notas para la publicación, a cargo del Fondo de Cultura Económica, de mi obra de teatro: En blanco y negro. Ignacio y los jesuitas.
Termino este apartado de las lecturas con otro recuerdo de escuela. Tenía yo 13 años y me ordenó uno de mis maestros -no era Ramón Xirau, mi querido, amado, respetado Ramón Xirau, que en el Liceo Franco Mexicano fue mi maestro de literatura y al que ahora como filósofo y como poeta sigo leyendo-; tenía yo 13 años y me ordenó uno de mis maestros que para el día siguiente diera yo una plática sobre Rabelais, sobre Gargantua et Pantagruel. Sufrí bastante, pero escribí un texto y me lo aprendí de memoria y lo dije, y hasta me felicitaron. Pero ahora no podría repetir el numerito, no sabría decirles a ustedes algo nuevo acerca de Gargantua y Pantagruel.
En cambio sí quisiera decirles algo acerca de Góngora, don Luis de Góngora y Argote. Y es que en este momento me vienen en mente unas líneas de él:
“. . . Peinar el viento, fatigar la selva. . .” Eso me gustaria hacer esta tarde, o mañana mismo, pero pronto, y es lo que a cada uno de ustedes con amistad y con buena voluntad les deseo: dejemos todas las obligaciones engorrosas y vámonos a “peinar el viento, fatigar la selva. . .”

Cultura

Cuando hablamos de cultura recordamos con preocupación que vivimos en estos días, no solamente en México sino en el mundo, la llamada cultura de la violencia. Nefasta. Hay que abatirla. Hay que terminar con ella. Ya basta. Todos los sectores de la sociedad exigimos que se ponga fin a esta situación. El gobierno tiene la responsabilidad de lograrlo.
En cambio debemos promover la cultura verdadera. Porque es origen de acercamiento, amistad y paz entre los hombres. Es también fuente de creatividad. Y puede aportar bienestar y belleza a nuestras vidas.
Entiendo la cultura no como simple adquisición de conocimientos sino como asimilación de valores que enriquecen el espíritu y cambian la vida del ser humano. La cultura transforma a la sociedad y al Estado, de ahí que su desarrollo sea no solamente pertinente sino indispensable y prioritario.
A la cultura y a la educación los gobiernos deben enfocar presupuestos cada vez mayores. Un pueblo sin educación ni cultura nunca es tolerable, aunque sí manejable por las dictaduras, con oscuros fines de manipulación, para sojuzgar.
Cultura y civilización están estrechamente vinculadas. Aunque la base material de la cultura es la economía, cuando hablamos de cultura acentuamos lo espiritual, la creación.
La creciente y total tecnificación de la vida, además de las ideologías del poder mal entendidas, o intencional y dolosamente manejadas, redundan en acentuar la crisis de la cultura. Luchemos contra esta crisis y a favor del desarrollo de la cultura.

Críticos y colegas

De los premios que me han dado por mis obras de teatro, no hablo.

No hablo de ellos, pero los agradezco.

No me han dado dinero. Solamente algunas líneas en los diccionarios.

Mis libros suelen publicarse con una aburrida Bibliografía de Maruxa Vilalta. Aburrida, pero en última instancia edificante. Y hecha por una acuciosa investigadora de la Universidad de Hofstra, Nueva York: María Elena Reuben. Bibliografía con datos sobre estrenos en México y en el extranjero, ediciones, traducciones a diversos idiomas, artículos académicos escritos por especialistas de nacionalidades diversas, algunas crónicas de prensa. . . A los estudiosos del teatro les interesa todo eso.

De los escritores que han analizado mi teatro, siento con algunos una especial deuda de gratitud. No precisamente por haberme elogiado o no, sino por haber comprendido, y a veces haberme explicado, lo que quise decir.

Entre estos analistas, a muchos de los cuales no conocía cuando escribieron acerca de mi teatro, debo mencionar a Carlos Solórzano, Mauricio Magdaleno, don Francisco Monterde, Ramón Xirau, Marcela del Río, Jesús Luis Benítez, Raúl Moncada y Galán, Miguel Guardia, Luis G. Basurto, Ariel Muñiz, en México. En Madrid, Carlos Miguel Suárez-Radillo. En Barcelona, Joaquim Ventalló y Josep María Lladó. En Estados Unidos, Sharon Magnarelli, Robert L. Bancroft, Willis Knapp Jones, Jeanine Gaucher y Joan R.Boorman. En Toronto, Kirsten F. Nigro. En Puerto Rico, esa gran señora y escritora que fue Edna Coll. En Río de Janeiro, María Ramos. . . Y tantos más. No están todos los que son, pero son todos los que están. En Praga, en los bosques rumorosos de Praga, el poeta Jan Makarius.

De Ignacio y los jesuitas ecribió cosas bellas Henrique González Casanova. Y también Héctor Azar, a quien conozco desde que era yo estudiante en la carrera de Letras Españolas de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.
Héctor Azar, González Casanova y Reyna Barrera presentaron el libro Ignacio y los jesuitas, publicado por el Fondo de Cultura Económica, con el poeta Jorge Ruiz Dueñas como moderador, ante un público de conocedores, de enterados.

De mis colegas dramaturgos, he recibido aliento de, y/o admiro las obras de, Vicente Leñero, Emilio Carballido, Hugo Argüelles, Víctor Hugo Rascón Banda, Estela Leñero, José Ramón Enríquez, Luis Mario Moncada, Jesús González Dávila, entre otros.

También el pintor y escenógrafo, actualmente director de Difusión Cultural de la Universidad Nacional Autónoma de México, José de Santiago, con quien pasé agradables e inquietas horas trabajando en la escenografía, vestuario y luces de Una voz en el desierto. Para no tomarlo con demasiada solemnidad, comíamos pan y queso, acompañados con vino tinto.

Vanguardias

Cuando empecé a escribir teatro, principalmente cuando escribí Soliloquio del Tiempo y Un día loco, se calificó a esas piezas como vanguardistas.

No sé si lo fueron o no, pero en aquellos días el teatro mexicano era muy conservador, léase acartonado, lamentablemente. Sabor a provincia, con tías solteronas y niñas que platicaban en la salita de su casa. También borrachos y pistolas. . . En fin, un teatro llamado “costumbrista”, totalmente obsoleto, que muy poco se representaba en el extranjero, afortunadamente, porque habría dado una pobre imagen de México.

Una imagen que no era real, ya que desde entonces había autores que se iniciaron por otros caminos que el provincialismo y el folclor, autores innovadores, como lo fueron Héctor Mendoza, Héctor Azar, Hugo Argüelles, Wilberto Cantón, entre otros.
En el mundo, en relación con la vanguardia, aquellos talentos: Apollinaire, Tristan Tzará. André Breton. . . su inefable Nadja. Roger Vitrac.

También aquel teatro llamado “del absurdo”: Beckett, Ionesco, Adamov, Schehadé, y tantos más. Un teatro que aun hoy sigue siendo vanguardia.

La vanguardia a la que algunos atacan llamandola nihilista, destructiva. No es cierto. La creación artística de la vanguardia no es destructiva, pero quienes se aferran a no querer cambios vieron y siguen viendo a la vanguardia como innovación que los agrede. Esto lo explica muy bien Fernando Millán en su libro Vanguardias y vanguardismo, editado en Barcelona, en el que se refiere a muchos pintores, poetas, escritores, catalanes y universales.
Qué fue lo que la vanguardia destruyó. Nada. Absolutamente nada.

Los que sí fueron perseguidos, a veces encarcelados, en ocasiones llevados hasta la locura, frecuentemente por ellos mismos, fueron los vanguardistas, los creadores de arte de vanguardia. Casi siempre -añade Millán, con toda razón- personas de gran capacidad intelectual y probidad humana.

Catalanes de hoy

Así terminaba en la pieza el reclamo del periodista: “Pero Ignacio, lloras!. . .”

En noviembre de 1998, en Barcelona, lloraron también los catalanes al recordar la guerra civil.

El 16 de noviembre de 1998 el diario Excélsior publicó la foto de un hombre todavía fuerte, el cabello blanco, enjugángose las lágrimas. El pie de grabado señala que es un veterano de las Brigadas Internacionales que rompe en llanto durante una cremonia por el LX aniversario de la salida de España de esas Brigadas.

Y añade Excélsior: “Alrededor de 45 mil voluntarios extranjeros defendieron al gobierno republicano español liberal contra las fuerzas de Francisco Franco. En 1936, 16 mil de ellos perdieron la vida.”

Dice Bertold Brecht , refiriéndose al fascismo, que “el vientre sigue fértil”. Prueba de ello es, hoy en día, el resurgimiento de grupos neofascistas en el mundo.

Contenido y protesta social. Tres etapas en mi teatro

Críticos y estudiosos de diversos países han destacado en mis obras dos tópicos principales: el contenido político y la protesta social.

Clasifican ellos mi teatro en tres etapas sucesivas.

Primera etapa:
La que cronológicamente va de Los desorientados a Cuestión de narices. Comprende las 7 primeras piezas, publicadas por diversas editoriales y finalmente reunidas por el Fondo de Cultura Económica en la colección titulada Teatro I (el título original fue Teatro), con excelentes dibujos de ese gran artista llamado Bartolí.
Destaca el tema político en la pieza Un país feliz y la protesta social en El 9.
Pero me quedé pensando en Bartolí.. . Desde la calle Jane, Jane Street, en Nueva York, él me escribía. Decía que apenas podía salir solo por el barrio porque tenía muchas vecinas que eran feministas y por el hecho de ser hombre lo perseguían con palos de escoba, amenazando con darle una paliza. . . Desde luego, bromas de Bartolí. . .

Segunda etapa:
Es la que corresponde a la colección Teatro II, que reune cinco piezas. Contenido político en Esta noche juntos,amándonos tanto, y en Historia de él.
Crítica social en Nada como el piso 16 y en las dos parodias en un acto tituladas En Las Lomas, esa noche y Archie and Bonnie, que forman parte de la obra Una mujer, dos hombres y un balazo.

Tercera etapa:
La obra Jesucristo entre nosotros y tres piezas basadas en vidas de santos.
En Jesucristo entre nosotros, el mismo Jesucristo de ayer, de hoy y de siempre. El Hijo de Dios, socialmente comprometido en favor de los hombres más necesitados.

 

En cuanto a la trilogía, algunos me criticaron por escribir vidas de santos, en vez de vidas de pecadores.
Otros me aplaudieron y aseguraron que las vidas de santos son las mejores obras que he escrito.
Por mi parte, no traté de catequizar, sino de mostrar actos, pensamientos, pasiones y vidas de hombres valientes. Si en algunas de mis piezas la crítica social se ejerció a través de farsas grotescas, con lenguaje desenfadado hasta a veces burdo y grosero, porque burdos y groseros eran sus fársicos personajes, otras obras fueron inspiradas por vidas de hombres santos.
En Radio Red, donde las mejores cosas suceden, acerca de Ignacio y los jesuitas me entrevistó en cierta ocasión Bernardo Barranco. Una de las mejores entrevistas, de las más profesionales que me han hecho. Y llamaron muchos, pero muchos radioyentes y uno de ellos preguntó: Qué es un santo.
Un sacerdote que telefónicamente participó también en la entrevista -un programa de mucho nivel éste de Radio Red-, un sacerdote dio la explicación teológica a esa pregunta. Yo dije que en mi opinión un santo es un hombre valiente, una santa es una mujer valiente, como yo no lo soy, como la mayoría de los seres humanos no lo somos. Un santo renuncia a lo que nosotros no renunciamos y hace el bien como nosotros no lo hacemos. Un santo es alguien a quien admiro y venero y que puede ser mi maestro.

En mi pieza Una voz en el desierto, San Jerónimo expresa su protesta ante la sociedad de la época. Y también ante el clero de la época.

En Francisco de Asís, el protagonista es repudiado por la burguesía rica y por su propia familia. Se convierte en lo que los franceses llaman un déclassé, un paria rechazado por la clase social a la que perteneció. Además de los problemas que también tiene con la Iglesia de su tiempo.

 

En Ignacio y los jesuitas, el contenido político está expresado, por ejemplo, en un casi monólogo, del que voy a leerles algunos fragmentos.
Un periodista mexicano de nuestros días se traslada al siglo XVI y entrevista a Ignacio de Loyola.
El periodista se refiere a la guerra civil de España, en 1936. Tema, el de los crímenes del franquismo en España, en el cual nunca se insistirá bastante.
En su excelente análisis La guerra civil española, Hugh Thomas escribió: “Estoy consciente de que mucha gente está decidida a olvidar la guerra civil, en un país donde mucho más de la mitad de la población nació despues de 1939. A pesar de todo, sospecho que el pasado sólo podrá ser enterrado cuando se conozca claramente la verdad respecto al mismo”.
Hasta que se conozca la verdad. . . El periodista de mi obra le dice a Ignacio:
“. . . la verdad, el franquismo trató de ocultarla durante cuarenta años. La verdad es que el gobierno republicano defendió ideales humanistas que Jesucristo y tú, Ignacio de Loyola, también defendieron. La República en España se proclamó sin derramamiento de sangre. Lo que causó la guerra civil fue el levantamiento del militar traidor que se autonombró caudillo “por la gracia de Dios”. Mataba en nombre de Dios. Bombardeaba a poblaciones enteras con la ayuda de la aviación nazi (. . . )
En España hubo sacerdotes ejecutados por el franquismo. Los republicanos en España no eran ni comunistas ni comecuras. Tus compatriotas, los sacerdotes vascos, eran leales al gobierno de la República; ponían en aprietos a los franquistas, cuya propaganda pretendía que moros y nazis luchaban por salvar a la religión cristiana (. . . )
A los sacerdotes vascos los mató el franquismo, bendecido por el clero español como una “cruzada” contra los que llamaron “rojos”. Pero no hubo cruzada alguna. El franquismo fracasó en su intento de apoderarse de la religión.”

 

Y, algo más adelante:
“Después de la guerra de España vinieron otros muchos conflictos bélicos. Y lo mismo que en España las víctimas no fueron nada más sacerdotes. Estos hombres representan a los soldados y civiles sacrificados en España y en las guerras que vinieron después. Hombres, mujeres y niños. Son los miles, millones de muertos de la Segunda Guerra Mundial. De las guerras de Corea, Israel, Arabia, India, Pakistán, Vietnam, Uganda, Kenya, Tanzania, Grecia, Turquía, Irán, Irak, la Guerra del Golfo, y otras muchas, otras tantas guerras más, siempre más (. . . )
¿Y el clero, y tus jesuitas, y la Iglesia pacificadora, Ignacio? ¡Palabras, palabras, palabras! Contra los crímenes nada pudieron. ¡El clero a veces fortaleció animosidades y en el mejor de los casos de nada sirvió! Aunque en Latinoamérica trató de ayudar y se puso al servicio de los más necesitados. Ignacio, quiero saber tu opinión acerca de la actitud e intervenciones del clero en Latinoamérica. A fines del siglo XX, el clero, con un afán sincero de justicia social. . . ¿Me oyes, Ignacio? Quiero preguntarte: el clero. . . Ignacio, ¿me oyes? , quiero preguntarte: en Latinoamérica, el clero. . . Pero Ignacio…. ¡lloras!

Acerca de 1910

La ficción se entrelaza con la historia. Mi interés al escribir esta obra no se dirigió a análisis políticos o sociológicos, sino a proyectar -compartir con el público- imágenes, instantáneas, impactos; sabor cruel y a la vez poético de la Revolución.

Es la historia puesta en escena. El pasado para traerlo al presente. No solamente los sucesos importan, sino la forma en que esos sucesos pueden hacernos sentir contemporáneos de hombres y mujeres de otros tiempos, en este caso de tiempos de la Revolución.

Se abarca principalmente el período armado, de 1910 a 1917. Antes que los acontecimientos reseñados en los manuales, la Revolución por quienes la vivieron y por quienes murieron en ella. Tampoco grandes papeles protagónicos. Antes que los héroes o los traidores, el soldado muerto en combate.