Ignacio y los jesuitas

El título original de la obra fue En blanco y negro. Ignacio y los jesuitas. Pero lo hice más corto, para futuras ediciones. De modo que: Ignacio y los jesuitas.

El dilema del jesuita que a veces tiene que enfrentase al Papa. La teología de la liberación. El cristiano actual que frecuentemente se ve acosado por conflictos y diferencia de opiniones en asuntos como el aborto, el divorcio, el celibato de los curas, las mujeres excluídas del sacerdocio.

Conflictos también en Latinoamérica, en Chiapas.
Asesinato del arzobispo Romero en San Salvador.
Asesinato, también en San Salvador, de Ignacio Ellacuría y otros cinco sacerdotes jesuitas.

Un periodista de nuestra época va a ver a Ignacio de Loyola, en su estudio, en Roma, en el siglo XVI, y lo entrevista.

¿Cómo surgió esta pieza?
El periodista mexicano de hoy rondaba en busca de noticias, y llegó al teatro El Granero, donde yo estaba pensando en escribir una nueva obra.
El periodista miró hacia arriba, a un tapanco, y allí él y yo vimos, sentado ante su mesa de trabajo, a Ignacio de Loyola.
Desde luego que el periodista sólo existía en mi imaginación.
El tema de los jesuitas y su dilema, cuando entran en conflicto con el Papa, siempre me había interesado.

Ignacio de Loyola aclaró dudas cuando en su época afirmó: “Lo blanco que yo veo, creo que es negro si la Iglesia así lo determina”.

Pero en la pieza impera no solamente el conflicto religioso, sino también el tema político.

Jesucristo entre nosotros

Está dicho en el título: es Jesucristo, hoy, aquí.

Jesucristo con pantalón de mezclilla o Jesucristo en su época con túnica y manto. Es el Hijo de Dios que nos da amor.

Personaje de mi pieza al que vi en la temporada en México y en las funciones que formaron parte del Festival Internacional Cervantino dirigido por Sergio Vela, en 1994.

Jesucristo al que vi saliendo de viejos pórticos y transitando por calles empedradas de la ciudad de Guanajuato, hasta subir a un tablado rodeado de público que no perdía detalle. Espectadores que sentían una gran emoción y aplaudían con entusiasmo al terminar cada representación. La figura de Cristo seguía en escena, y en los corazones de todos, mucho tiempo después de terminada la función de teatro.

Francisco de Asís

Con todo el entusiasmo y la poesía de una vida.

La obra Francisco de Asís nació del Cántico al hermano sol, ese bello, único, poema de San Francisco.

Surgió también la obra de una escena que leí en la vida de Francico de Asís y que mucho me impactó:
Las monjas, las hermanitas pobres, le piden a Francisco que predique para ellas. Francisco pide un poco de ceniza. Se la traen y con la ceniza dibuja alrededor de él un círculo. En seguida recita un salmo. Y se va.

El círculo de ceniza y el salmo fueron su predicación.
Supe que el actor tenía que hacer eso en escena, y así empecé y seguí después escribiendo la pieza.

Cuando se develó una placa por final de temporada, dijeron bellas palabras, palabras auténticas, sinceras e inspiradas, el director de escena José Solé, entonces al frente de la Dirección de Teatro del Instituto Nacional de Bellas Artes, y el poeta Homero Aridjis.

Una voz en el desierto Vida de San Jerónimo

San Jerónimo, encerrado durante 34 años en una gruta, en Belén, traduciendo las Escrituras al latín, a partir del hebreo y el arameo, y comentando los textos.

La obra se estrenó en el Foro Sor Juana Inés de la Cruz, de la Universidad Nacional Autónoma de México, un espacio teatral muy atractivo porque se puede transformar como uno quiere. Puede ser un escenario convencional, a la italiana, o un teatro isabelino, o un espacio lleno de trastos. El escenógrafo José de Santiago y yo incorporamos también espacios en áreas elevadas. Pusimos bastantes escaleras, lo que siempre es lucidor en un escenario. De Santiago, con talento, inventó una estructura en forma de pirámide, con la gruta de Jerónimo en el nivel más bajo. Y cuando venía el humo del incendio -porque hay un incendio en la obra- algunos espectadores llegaron a alarmarse. Los pelagianos incendiaban los conventos de Jerónimo en el siglo IV después de Jesucristo. Pero la quemazón la vivía el público como si sucediera hoy, en pleno Centro Cultural Universitario.

No por tratarse de la vida de un santo los actores se pasan el tiempo rezando. Por lo contrario, la pieza resulta agresiva. Un decapitado en escena. Al actor cada noche le costaba trabajo reponerse del susto cuando veía a todos espada en mano abalanzarse sobre él y al más próximo dispuesto a cortarle la cabeza de un tajo. Y el tajo se descargaba, desde luego con truco para no cortarle la cabeza de verdad, pero el actor no acababa de acostumbrarse y lo pasaba un poco mal, dudando que se equivocaran por algunos centímetros y. . .¡zas! Aunque la espada era de utilería.
Al final de la temporada, con permiso de la Universidad, le regalé al actor su cabeza, bueno, la copia de la suya verdadera, copia impresionantemente idéntica, cabeza que cada noche paseaba entre el público clavada en el extremo de una lanza. . .

En Una voz en el desierto planteé también un anacronismo con el que mucho me divertí y que el público disfrutaba: al final del primer acto, el intrigante Eutropio, eunuco armenio de la corte del emperador Arcadio, se convertía en cantante de nuestra época y acompañándose con guitarra moderna interpretaba un corrido mexicano que escribí para el decapitado Rufino; un corrido con música de “Rosita Alvírez”.
Desmembramiento del imperio romano. Los hunos comiendo y durmiendo a lomo de sus caballos, confundidos en uno solo, hombre y bestia.

¿Cómo surgió la obra?. . . La respuesta podría ser: el sol del mar Adriático.
Una voz en el desierto empezó a surgir desde la bruma y medialuz de Jerónimo en su gruta, doblado sobre su escritorio, apuntalado con los codos, porque la columna vertebral apenas lo sostiene. Jerónimo incrustado en su mesa de trabajo, como un molusco en su roca. Jerónimo entre los rollos de sus papiros, casi ciego y con la única luz de su lámpara de aceite. En contraste, como el propio personaje recuerda, “en Estridón la luz caía vertical”. . .
Para escribir la pieza pensé en aquella luz sobre el mar Adriático.
Cuando estuve alguna vez frente a él , en las cercanías de las islas griegas, comprendí el porqué del color llamado azul marino. Nunca había yo visto un mar verdaderamente tan azul marino como ése de las islas griegas. . Color diferente, pero no menos bello, que el del inefable Mediterráneo. . .

Pequeña historia de horror (y de amor desenfrenado)

Obra que echó a perder hace poco un grupo de cuyo nombre no quiero acordarme. Con la mejor de las intenciones -de las que está empedrado el infierno-, quisieron hacerme un homenaje. “Homenaje a la maestra Maruxa Vilalta” Y así consiguieron el apoyo de muchas prestigiadas instituciones culturales. . . En fin, les agradezco lo del homenaje y piadosamente me olvido del nombre del grupo y de lo que hicieron. . . De cualquier modo la pieza había ya sido estrenada profesionalmente en una temporada patrocinada por la UNAM.

Pequeña historia de horror (y de amor desenfrenado).
Vi a un hombre, entre vagabundo y bohemio, artista pobre, probablemente, pero creador con talento. . . Lo vi -bueno, en mi imaginación- mirando hacia una ventana iluminada, cada noche la misma ventana. Y cuando me pregunté qué miraba ahí vi a una mujer vestida de blanco, que se desnudaba ante la ventana. Y empecé a preguntarme por qué se desnudaba. Y si lo hacía para que el hombre de allá abajo -porque la ventana estaba en un nivel más alto- si lo hacía para que el hombre de allá abajo la mirara.
La casa estaba en Londres, forzosamente, y tenía que ser una casa vieja, inevitablemente, y a la parte alta se llegaba por una escalera de caracol. Esto de la escalera de caracol era obligatorio, imprescindible. La escenógrafa Félida Medina tuvo que arreglárselas para instalar la escalera de caracol, surgida de las bodegas de la Universidad, en el teatro Santa Catarina.

Bueno, pues el hombre que cada noche, desde la calle, miraba a la mujer ante la ventana, acaba por decidirse a entrar a la casa. Y allí empieza a encontrar a una serie de personajes mentalmente enfermos, todo en tono de farsa, humor algo macabro, humor negro, y farsa entre divertida y angustiante.

Entre estos personajes, Tía Emily, paralítica en silla de ruedas pero que no está paralítica, hombre vestido de mujer, que a veces es muy hombre y a veces muy mujer, y queda catalogado como “jotolesbiana”. Y el tradicional mayordomo, que ríe como el Monje Loco y puede llegar a creerse Jack el Destripador.

La mujer vestida de blanco baja por la escalera de caracol y me hace recordar, lo menciono en la pieza, a Marcel Duchamp, y su “Desnudo bajando la escalera”. Desde luego que en esa obra de Duchamp desde un punto de vista realista no hay desnudo, ni siquiera hay escalera, pero en tiempos en que me acerqué al surrealismo la pintura y la escritura de Marcel Duchamp mucho me impactaron.

El “intruso” que llegó de la calle resulta ser un pianista loco, escapado de un hospital. Entre entre carcajada y carcajada surge la escena trágica; se perfila la verdadera locura, no cómica sino estrujante.

Una parodia de comedia policiaca que suele ser muy representada porque es fácil de montar. Una sola escenografía y los actores no doblan papeles.

Una mujer, dos hombres y un balazo

Iba yo un día, a pie, por el Paseo de la Reforma. Había dejado mi auto frente a Excélsior, donde diariamente escribo algún editorial. Y tanto caminé que después tuve que tomar un taxi para regresar al periódico. Sin contar con el claxonazo de un autobús que por poco me arrolla.

Iba yo pensando en contar en el teatro una historia con muchas verdades para una sola verdad. Esto ha sido ya hecho otras veces, pero decidí que mi pieza se basaría en que cada versión sería un ejercicio trabajado a través de un género teatral distinto. Habría cuatro obras en un acto, y el tema de las cuatro sería siempre el mismo, el que dio título a la pieza: Una mujer, dos hombres y un balazo.

El siguiente paso fue escribir las cuatro obras cortas, aunque no resultaron tan cortas porque duraron cada una media hora en promedio.

En la primera pieza, titulada En Las Lomas, esa noche, quise una parodia del melodrama. Teatro realista. Crítica de la burguesía. Tono de farsa.

En seguida, con el título de El barco ebrio, que le di en honor de Rimbaud, un ejercicio de pieza surrealista. Me sentí feliz al poder lanzar al escenario, para que el público la oyera, la célebre frase de André Breton: “La belleza será compulsiva . O no será”.

Tercera obra: El té de los señores Mercier. Una parodia del teatro que en su tiempo se llamó “del absurdo”, concretamente de La cantante calva, de Ionesco.

Cuarta obra: Archie and Bonnie. Parodia de un “musical”. Optimismo estilo americano. Al protagonista le cortan un dedo, la mano, los brazos, las piernas. Pero su optimismo persiste, es invencible. También los muchachos pobres del asilo son optimistas:
“Somos los pobres felices. / Perfectamente higiénicos, / asépticos /, con píldora, educados, manipulados, politizados. . .”

Escribí la letra de todas la canciones y Luis Rivero hizo la música.
Cuando tuve las cuatro piezas cortas, las uní con una especie de columna vertebral: teatro dentro del teatro, grupo de actores ensayando la puesta en escena de estas cuatro obras reunidas en una sola pieza, la que se llamó Una mujer, dos hombres y un balazo.

Historia de él

Pieza que en diversas escenas alude a lacras del sistema político mexicano: ambición, corrupción, “dedazo”. . . Todo eso, no vayan ustedes a pensar mal, en el año en que la pieza se estrenó, 1978.

La obra empieza con un gato que está al fondo del pasillo de un departamento:
“El pasillo es estrecho y tiene poca luz. Llega hasta la puerta del fondo, a la izquierda. Se detiene, termina ante la puerta. Donde el pasillo termina, hay un gato negro. . .”
Esto da pie para que entren a escena 88 personajes. . .

Dentro del departamento –en mi imaginación y después en el teatro– aparece “él ”. Con minúscula. Solamente “él”, un hombre, el protagonista de la historia.
Ensayábamos y estrenamos en el teatro que antes se llamaba , me dijeron , Arcos Caracol y ahora era el Teatro de la Universidad. Lamentablemente ese local ya no existe; se perdió ese teatro.Pero tuvimos allí una bastante larga temporada. Y después otra más en El Granero.

Durante los ensayos hice modificaciones, hasta llegar a convertir a “él”, que nada más había llegado a funcionario del gobierno, en presidente de la República.
Estábamos en el escenario del Teatro de la Universidad y yo dirigía y tenía, entre otros, un excelente actor, que murió joven, un excelente actor con una fuerza cómica irresistible, que hizo, entre otros, el papel de “La vidente” en la pieza y que se llamaba Enrique Casitillo, hermano del director de escena Julio Castillo. Y cuando Enrique Castillo, en el papel no de La vidente sino de presidente de la República, dejó de jugar golf para señalar con el dedo, como a su sucesor, a uno de los aspirantes a la silla, sentí lo mucho que podía crecer la fuerza del personaje de “él”. Intensifiqué los parlamentos que lo llevaron, movido siempre por su ambición, a la presidencia y después prácticamente a la enajenación.

Una de “las máscaras”, personajes fársicos, señala: “Dicen que el poder los marea”.
Historia de él en parte retrata el sistema administrativo y político mexicano, en aquel año de 1978.

Al día de hoy, las cosas no han cambiado mucho. Es decir, el engranaje gubernamental si ha cambiado, se ha diversificado, pluralizado, y, debemos recnocerlo, ha avanzado hacia la democracia. Pero sigue presente la misma sicología enfermiza de muchos de los políticos aspirantes-suspirantes en la carrera de alcanzar el poder.

Nada como el piso 16

La primera visión que tuve de esta pieza ocurrió en Nueva York, en el Greenwich Village, creo que era cerca de la calle Bleeker.
Frente a un aparador, una pareja discutía porque él no quería comprarle a ella unos zapatos. Todavía veo los zapatos: de tacón ancho y de colores fuertes, amarillos, rosas, marrones, verdes, todo en el mismo pie.

A él le gustaban los zapatos, pero no quería comprarlos. Ella estaba furiosa.

Esta escena está narrada en la obra. Después, también en la obra nos enteramos de que la chica se mató tirándose al subway. Lo cual espero no le haya sucedido a aquella muchacha que discutía por los zapatos.

Bueno, pues los primeros acercamientos a lo que después habría de ser la pieza ocurrieron en Nueva York, y también en Zihuatanejo, donde hay -había en aquellos años, espero que todavía exista- un faro. Y ese faro donde estuve, bajo el sol de México y de cara al mar abierto, me pareció algo excepcionalmente bello, como un símbolo de libertad.

Sentía yo que vivir en aquel faro era ser libre y transmití ideas parecidas al personaje Jerôme, de Nada como el piso 16.
La obra expone el conflicto ocasionado por renunciar al amor y a la libertad.

La muerte y su invitado

Después de Esta noche juntos y antes del estreno de la siguiente obra, Joaquín Mortiz publicó mi libro de relatos El otro día, la muerte, que más tarde retomaría la prestigiada investigadora Aurora M. Ocampo para reproducir el cuento “Morir temprano, mientras comulga el general” en su antología Cuentistas mexicanas del siglo XX, publicada por la UNAM.

La primera historia de El otro día, la muerte tenía por título Diálogos del narrador, la muerte y su invitado, que después se convirtió en La muerte y su invitado en traducciones y adaptaciones, sobre todo una excelente adaptación al teatro que hizo Luis de Tavira.

Fue una muy buena, excelente obra de teatro la que logró Tavira. Pero no se estrenó porque Luis no encontró teatro. Cosas que suceden.

Al poco tiempo Guillermo Rocha conoció la pieza de Vilalta-Tavira e hizo un montaje escénico, que tampoco se estrenó, titulado Concierto para un invitado y su muerte.

Ahora, cuando a veces Luis de Tavira y yo hemos hablado de eso, bromeamos acerca de que la pieza ya no es de él ni mía, sino de Rocha. Si el teatro, como todo en la vida, no se toma con sentido del humor, estamos perdidos.

Esta noche juntos amándonos tanto

Los dos viejos se odian y aborrecen a sus semejantes. Tienen una ventana aislante y una puerta aislante para no ser molestados. Traté de mostrar una sátira del egoísmo y del odio para proclamar, defender el amor.
Aquí la inspiración empezó cuando inventé a dos viejos encerrados siempre en su casa y tomando café con leche.
Viejos, los llamaba yo, los consideraba ancianos. Y tenían sesenta años.
Ya no lo veo tan viejos, ahora, a mi edad. . .
En fin, pasemos.

Los viejos, además de entredevorarse, se dedican a leer periódicos viejos también y a aplaudir crímenes y dictadores en el mundo.
Esta noche juntos arremete contra las dictaduras fascistas, los terribles grandes monstruos, Hitler, Mussolini, Franco, Duvalier, Pinochet. . . Más tarde, quienes presentaron la pieza en el Gramercy Arts Theater, de Nueva York con un grupo bilíngüe que vino a México para participar en el Festival Internacional Cervantino de 1974–, quisieron incluir a otros enemigos políticos de ellos, del director y del productor, enemigos a los que calificaban de tiranos. Nunca falta quien trate de desviar, confundir, modificar la intención política de una pieza en la que hay intenciones políticas.

En la edición de Esta noche juntos, amándonos tanto incluí una nota referente a las fotografías de los dictadores que pedí se exhibieran en escena. “Si se proyectan otras fotos – dije- se ruega al director de escena, sea cual fuere su credo personal , respetar la ideología antifascista de la obra”.

Hubo también otra advertencia,en la que expresé:
“Entre las fotos que se exhibieron durante la temporada en estreno en México, hay una de niños muertos en un bombardeo fascista sobre la ciudad de Barcelona, durante la guerra civil española: fotografía cuya existencia por sí sola justifica para mí el haber escrito esta obra y justificaría el trabajo de toda una vida”.

De quienes difundieron la obra en el extanjero, para abreviar solamente menciono al poeta Jan Makarius, que tradujo al checo la pieza, publicada en Praga con el titulo de Como dos palomos, como dos tórtolos.
Makarius ya murió. Con él y con su mujer Jana, que todavía a veces me escribe, paseábamos por aquellos bosques de Praga, bosques de cuento de hadas, de los pocos lugares donde se podía hablar libremente, porque eran tiempos de dictadura comunista. En las casas y en los restaurantes había micrófonos-espías.

Tuvo también nivel muy profesional la difusión de la versión inglesa de esta pieza en Yugoslavia, por Radio Belgrado. . .